Asfaltando recuerdos

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Puede parecer intrascendente y más parecería una noticia del diario local que un post:

“AYER ASFALTARON MI CALLE”.
Mientras tomaba unos mates observaba como las maquinas iban terminando de cambiarle la cara al barrio. Algunos vecinos me imitaban y mate en mano observaban con atención las repetidas idas y venidas de las pesadas maquinas; en otra esquina otro grupo mantenía una intensa conversación “técnica” en la cual se discutían las bondades y “contras” de la tecnología de asfaltado, aunque entre optimistas y pesimistas la ocasión resulto propicia para charlar hasta bien entrada la tarde.

Por la noche la calle se pobló de gritos y risas de los chicos del barrio recorriendo incansablemente la novedad con sus bicicletas. Tampoco falto la sonrisa “canchera” de los primeros que sacaron sus autos para “estrenar el asfalto”.

Viendo a tantos chicos girando y gritando y poblando la calida noche con sus risas, se me dispararon algunos recuerdos.

Hace unos 32 años, con mucho esfuerzo y ahorrando peso sobre peso, conseguimos juntar para comprarnos un terreno donde construir nuestra casa. Por ese entonces ya habíamos decidido quedarnos a vivir en esta tierra. Eran tiempos difíciles y cada decisión costaba enormemente, pues sentíamos que se iban cortando los lazos con nuestra querida ciudad de La Plata y se abría ante nosotros un proyecto de vida nuevo y por lo tanto incierto.

Creo que siempre agradeceré la expresión (fingida) de mi esposa, aprobando el lugar elegido para erigir nuestro hogar. Era en las afueras del pueblo. Aun estaban los rastros de una antigua acequia, que ahora yacía abandonada por los nuevos proyectos de “urbanización”. A cierta distancia, unos añosos sauces llorones daban sombra a la tierra reseca y despareja; entre medio una prolija hilera de viejos álamos marcaba el limite de alguna antigua chacra. Un poco más allá, los árboles se iban perdiendo en el pichanal.

Eran solo unos pocos vecinos los que se asomaban a “curiosear” al nuevo del barrio.

El lote estaba terriblemente desnivelado. La acequia lo cruzaba en diagonal, justo por el medio, como una de esas cicatrices que deja el progreso. A ambos lados, viñas abandonadas y retorcidas, se esforzaban aun por dar unas dulcísimos uvas, por las que competían afanosamente los pájaros y los niños.

Después, lo de siempre; ladrillo sobre ladrillo levantando la casa. Cada hilera levantada se poblaba de sueños y proyectos…”aca van a dormir los chicos”…”aca vamos a tomar mate juntos”…”aca vamos a sentarnos a leer y escuchar música”… “a la sombra del sauce vamos a hacer el asadito los domingos”…

De a poco pasamos a ser uno más del barrio incipiente. Los niños jugaban en la polvorienta calle y el tiempo pasaba sin darnos cuenta…entre medio, quedaron algunos logros, algunos sueños cumplidos y muchos otros que aun se niegan a ser dejados de soñar.

Hoy, los vecinos son aquellos niños que correteaban por la calle justo a la hora de la siesta y cuyos hijos poblaron la otra noche la calle. Hombres gastados por el trabajo de campo algunos, otros que vienen de visita para las fiestas y casi no logramos reconocer.

Hoy, por esta misma calle que oculto su tierra y sus piedras como queriendo olvidarse de donde vino, vienen caminando mis nietos que espían curiosos lo que este abuelo jubilado escribe en la computadora…preguntan, respondo, escuchan, reímos y mas de una vez, algún viejo sueño se me viene a la cabeza…ellos lo saben, por eso quedan un momento en silencio…muchas veces vuelvo a tener 21 años y vuelvo a pegar ese primer ladrillo, mientras por la calle alguna camioneta llena de tierra el aire de la tarde.

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Imagenes: el Cofla