Mi PATAGONIA 11. (El otoño)

El otoño en la estepa es un fenómeno de carácter urbano o sub. Urbano. El monte estepario tan solo modifica su gama tonal hacia un verde más opaco. Las pequeñas hojas simplemente van desprendiéndose de su color hasta adquirir un breve marrón maderoso antes de caer para ser arrastradas por los vientos.
Todo lo opuesto sucede en las afueras de la ciudad donde las chacras de frutales protegidas por barreras de álamos estallan en colores y repintan un paisaje nuevo.

Lo verde comienza a ceder paso a los amarrillos, naranjas y dorados, donde el sol se despereza en la frescura de las mañanas y se adormece en la calidez de las tardes.

Temprano, mientras amanece, las primeras neblinas se levantan despacio y van dejando tules enredados entre las húmedas ramas. Como en una danza, baja en una espiral suave o se eleva en brazos desgarbados que extienden sus dedos hacia lo alto; como si se detuviese a ver el paisaje se acolchona en una larga e intangible fila que juega a tocarse con el humo gris de alguna chimenea, que nos anuncia el café con leche caliente antes de salir hacia la escuela.

En tanto el sol, con sus primeros rayos, ha alcanzado la copa de los árboles que parecen arder en rojos y dorados que hacen estallar reflejos de rocío. A medida que avanza la mañana los rojos y amarillos dominan la escena. La brisa o a veces el viento se entretienen en desmelenar las alamedas y depositan aquí y allá pequeños trozos de alfombra multicolor que cruje placenteramente cuando caminamos sobre ella.

Por la tarde, al caer el sol, nuevamente se enciende la hoguera y los dorados abren el camino hacia la noche.


Dulce estación con sabor a chocolate, a café caliente sobre el atardecer que se aferra a la ventana, de caminatas placidas e interminables sobre colchones de hojas secas, de rocíos pintores de estrellas matinales, de colores, de colores, de colores...

Fotos: El Cofla