Mi PATAGONIA 8. (Las piedras)

Andar las bardas regala mas de una sorpresa; desde los cactus que se agrupan como familias para resistir , o que se esconden entre el monte mas alto y tupido para evitar a sus predadores, y que solo logramos descubrir cuando estallan en flores amarillas, blancas, rosadas o bordó que efímeramente abren sus cálices a la fecundación.
Otras veces, si caminamos con lluvia o después de llover, nos sorprenderá la gama infinita de colores de sus piedras. Tanto en la meseta como en los barrancos es posible deslumbrarse con colores y formas capaces de estimular la imaginación del más racional.

Cuando no hay lluvia, el resplandor y la sequedad hacen que casi todas parezcan iguales. Solo el ojo habituado y curioso es capaz de hallar diferencias y recoger la piedra justa, aquella que nos mostrara sus secretos de siglos madurados en la magia del más eximio artista: el tiempo.
Largas caminatas muñidos de una breve mochila, una piqueta, un martillo pueden deparar encuentros maravillosos.

Algunas dejan traslucir parte de su belleza, otras, solo reconocibles por su forma y textura, arrastraran su misterio hasta el taller. Una vez allí, la historia de milenios, se nos muestra en todo su esplendor. Las geodas nos descubren su relato de volcanes y cataclismos que se pintan en naranjas, rojos y azules; las ágatas desnudan sus velos de odaliscas; las amatistas nos devuelven destellos de cielos nocturnos; las calcedonias brillos y transparencias de lejanas fantasías; el cuarzo hace cabalgar estrellas multicolores en sus cristales. Como en la historia de Bradbury, cada imagen del caos, nos cuenta un relato llegado desde el origen del tiempo. Esa mancha roja, se transforma en flor primitiva; esas líneas, dibujan un ojo místico, mientras las ágatas nos invitan a descender por sus canales infinitos.

Sílice, testigo del devenir infinito de los tiempos que hoy me narra la vida entre las manos.

Fotos y piedras: El Cofla