El cofla de Catriel

Una bitácora de sueños, sentires y otras yerbas desde Catriel, "Puerta norte de la PATAGONIA ARGENTINA".

HOY QUIERO OIR ESTA MUSICA...LA COMPARTIMOS?

23 febrero 2009

Imagenes y musica

Hoy pensaba subir algunas imagenes de las ultimas que he estado trabajando, pero en su lugar, preferi armarlo como un pequeño video con musica, que me parecio bueno para compartir con ustedes, mis amigos.
Espero les guste
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17 febrero 2009

El Cuadro (cuento breve)

Cuando comencé a retocar esta imagen, era solo un paisaje rural de Catriel en otoño. De pronto la eliminación de algunos objetos molestos. La modificación de algunos tonos y la incorporación de algunas tramas, fue abriendo mi recuerdo hacia un viejo cuadro que colgaba descuidadamente en la pared de mi casa de la infancia y en el que yo sabia perderme con la imaginación…de pronto muchas cosas vinieron a la mente y fue así que nació este breve cuento



EL CUADRO


Siempre le habían gustado esos días lluviosos de invierno; representaban la ocasión ideal para regresar de la escuela pisando en los charcos de agua con sus botas de goma nuevas. Además sabia que llegaría a su casa y sentiría el olor a la polenta con que su madre lo esperaba para el almuerzo.
Llegar y ver los cristales empañados por el vapor de la cocina le proporcionaba un inusitado placer, tanto como le molestaba quitarse las botas de goma. Cuando las tenía puestas se sentía igual a todos los demás niños de su edad. Era distinto a cuando debía ir con sus viejos zapatos remendados y ya sin color. Las botas de goma lo hacían sentir simplemente un niño como todos.
Todo el hechizo de los charcos, las botas, el vapor en los vidrios y la comida caliente duraban lo que un espejismo. Enseguida comenzaban las eternas discusiones entre sus padres. Gritos, amenazas, hasta alguna vez que se cruzaban golpes y se arrojaban con lo que tenían a mano. Allí lo invadía la impotencia, el miedo, la soledad…unas enormes ganas de encontrar un refugio, un rincón donde todo pudiese ser distinto.
Fue así, que una tarde lo descubrió. Realmente no tenia idea desde cuando estaba allí, pero de pronto, estaba delante de sus ojos. Era un cuadro, una estampa sin nombre, que alguien habría comprado en algún bazar de la zona, o quizás era producto de algún regalo de esos que se hacen por obligación. La imagen no era compleja. Representaba un crepúsculo campestre, con un riacho pequeño que discurría entre piedras y moría en la oscuridad de un breve bosque; junto a este, una casita humilde, con techo a dos aguas, en el que resaltaba el amarillo de las luces encendidas del interior; desde allí, nacía un camino que se perdía en la oscuridad del horizonte. Por el camino, un labriego retornaba al hogar con un pequeño atadito en su mano, en donde seguramente venían las sobras de su frugal almuerzo. Toda la pintura estaba realizada en ocres, marrones, verdes muy oscuros y negros.
Cuando la descubrió, se quedo extasiado mirándola y, poco a poco, los gritos y los insultos que le rodeaban fueron desapareciendo. Su mente (o talvez su corazón), estaban en ese cuadro, donde adivinaba paz, sencillez y armonía.
Desde ese día, la imagen se convirtió en un mundo paralelo; un mundo al que podía ingresar cada vez que el propio parecía caerse a pedazos. Podía imaginar, cada vez con mas facilidad, el ruido de los pasos, el ultimo murmullo de las aves, el silbido del labriego en el camino, el ladrido de los perros a lo lejos, hasta podía imaginarse con sus botas de goma haciendo dibujos en el barro de la orilla; pero, lo que mas gustaba de imaginar era el interior de la casa, su calidez acogedora.
El tiempo paso y un buen día, decidió que debía buscar nuevos caminos. Con sus 18 años a cuestas, cargo unas pocas ropas, algunos libros y el viejo y descolorido cuadro y marcho a los caminos.
Su destino no fue muy diferente del de tantos; ni bueno ni malo. Se enamoro, formo una familia y construyo su casa ladrillo sobre ladrillo.
Cuando termino la primera habitación, como acto inaugural, colgó en una de las paredes el viejo cuadro. Como antes volvió a ser refugio de penas y alegrías. Ante el se detuvo cuando nacieron los hijos y también cuando ya crecidos, salieron como el a buscar caminos. Ante el se detuvo, el día que su compañera de vida marcho de este mundo para siempre.
La casa se hacia grande para tanta soledad y las horas frente al cuadro fueron aumentando…ya había allí personajes con nombres y con historias que, de a poco, pasaron a formar parte de vida cotidiana. Una vez se había desprendido del oxidado clavo y el vidrio se había roto, por lo que la imagen estaba sucia y deslucida, pero, a sus ojos mantenía el brillo de siempre.
Sus ojos se posaron sobre el, la tarde que, cerro los ojos en soledad y sus pasos dejaron de resonar por la casona vacía.
Luego de su velatorio y entierro, acompañados con las lágrimas y comentarios de rigor, sobrevino la rapiña.
“la casa tenemos que venderla, por que yo preciso dinero” “Con el perro y los dos gatos que hacemos?” “yo me llevo el televisor para la pieza de los chicos”…
Los muebles fueron a parar a una compra venta, la querida biblioteca se desperdigo entre muchos y el resto en una librería de canje.
Todo lo que no era vendible fue a parar a la basura y entre ella el viejo cuadro.
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Martín salía todas las tarde noche con sus padres y hermanos a cartonear. Había tenido que dejar la escuela para ayudar en su casa, y con sus 8 años, ya era diestro en eso de buscar en la basura. La tarea no era sencilla y lo que juntaban apenas si alcanzaba…llegaba a la casilla donde vivían totalmente extenuado y como si fuera poco debía soportar el vino amargo de tristeza de su padre.
A sus 8 años, la vida le delia y mucho.
Ese día fue una fiesta encontrar tantas cosas en la vereda; podría cargar su carro de una sola vez y con suerte regresar temprano.
Con su ojo entrenado, resultaba fácil seleccionar e ir cargando. Entre todas las cosas distinguió una vieja lámina y casi sin mirarla la puso a parte.
No se había equivocado, esa noche terminaron más temprano. Con su lámina debajo de la ropa se fue a dormir. Antes de cerrar los ojos, se puso a mirarla con detenimiento. Unos metros mas allá su padre ya había comenzado con su rosario de palabrotas mojadas de vino tinto.
Con cuidado extendió la lámina y la sujeto junto a su cama con un par de tachuelas. Se recostó y se quedo largo rato mirándola…cuanto mas la miraba, mas lejanos se hacían los improperios del padre…sin entender nada de pintura, se daba cuenta que no era gran cosa… Era un cuadro, una estampa sin nombre, que alguien habría comprado en algún bazar de la zona, o quizás era producto de algún regalo de esos que se hacen por obligación. La imagen no era compleja. Representaba un crepúsculo campestre, con un riacho pequeño que discurría entre piedras y moría en la oscuridad de un breve bosque; junto a este, una casita humilde, con techo a dos aguas, en el que resaltaba el amarillo de las luces encendidas del interior; desde allí, nacía un camino que se perdía en la oscuridad del horizonte. Por el camino, un labriego retornaba al hogar con un pequeño atadito en su mano, en donde seguramente venían las sobras de su frugal almuerzo. Toda la pintura estaba realizada en ocres, marrones, verdes muy oscuros y negros.
El tiempo había hecho su trabajo y las figuras eran bastante indefinidas a excepción de las calidas luces en las ventanas de la casa y del extraño niño con botas de goma, que se acercaba saltando por el camino.

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07 febrero 2009

La crezca grande de 1914 (5ta parte)





"Por el medio del río los gallos cantaban arriba de los álamos arrancados por el agua"


A 94 años de la rotura del dique que contenía la laguna Cari Lauquen. Provocó la muerte de 186 personas desde Barrancas hasta Río Colorado.


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COCHICO

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A la hora en que los niños juegan, Cochico se mece entre nubes que parecen enredarse en los techos bajos de sus pocas casas, también bajas.
A 3.200 metros sobre el nivel del mar, el forastero se apuna y asombra. Cochico es breve, profundo, y está muy cerca del cielo.
En este pueblo en plano inclinado, a media tarde, no hay más movimiento que el de sus arroyuelos que, muy rápido, descargan en la laguna Cari Lauquen, objeto y blanco de todos los tributos.
Casi es verano y las aguas transparentes engordan los cauces con una velocidad que asusta.
Hay cosas que se aprenden rápido aquí arriba: si hace calor el deshielo puede provocar estragos, modificando los escenarios en un abrir y cerrar de ojos. Es en este principio básico que se explica el estallido de la laguna Cari Lauquen, uno de los desastres más grandes que vivió la región en toda su historia. Gentes y casas barridas por la furia del agua liberada tras la ruptura de una presa natural, hacen ya 90 años.
"Era de noche, se escuchó un zumbido fuerte y ¡pum! se salió el tapón...un mundo de agua era, un mundo de agua que tapó todo", relata, como si lo hubiera visto, Pedro Mora, parado en la puerta de su casa de barro. El hombre no había nacido cuando se derrumbó el dique telúrico.
Pedro, de 76 años, es nativo de Cochico, un pueblo donde viven apenas una veintena de familias, acostumbradas a permanecer aisladas durante buena parte del año. Así como el verano es una fiesta de encantos y verdes, el invierno es pura prepotencia andina: hielo, nieve, y soledad.
"Acá nunca pasa nada", contradice la historia Marcelo González, uno de los dos hombres fuertes de la comisión de este viejo asentamiento, ubicado muy cerca del volcán Domuyo.
Cochico está a pocos metros de una de las lenguas de la laguna Cari Lauquen, un enorme ojo de agua que descarga en un endemoniado río Barrancas.
Aquí arriba, a falta de libros, la gente ha conservado la historia de la tragedia de boca en boca y Pedro, aún con sus dramas a cuesta, es una suerte de biblioteca andante.
Hasta el 29 de diciembre de 1914, Cari Lauquen era mucho más grande y profunda que en la actualidad ¿Cuánto más honda?: 92 metros, precisan los estudios hidrológicos.
La laguna se formó en el período Terciario, a partir de un particular encajonamiento de un valle que se hizo embalse.
En vísperas de 1915, a causa de fabulosos deshielos y lluvias, Cari Lauquen se transformó en un gigante color esmeralda que desbordó y rompió el cerro que hacía las veces de tapón.
La ruptura abrió una garganta de 250 metros de largo por 100 de alto, que se llevó por delante todo lo que encontró a su paso, como si fuera un 'tsunami', palabra de moda en este fin de año.
Tal como se lo repitió su mamá, que se llamaba Guadalupe, Pedro Mora cuenta que al zumbido intenso se sumó la bulla de aves de corral, el relincho de los caballos y el mugido en pánico de los vacunos.
"Unas abuelitas de apellido Demetrio escucharon a los bueyes y se despertaron, siguieron a los animales para arriba de los cerros y se salvaron", relata Pedro mientras juega con la mirada y rastrea en su memoria.
¿Hasta dónde llegaba la laguna? -le preguntamos. Pedro asiente, abre los ojos y afirma: "Estamos dentro de la laguna, ahí estamos nosotros", lanza como revelando un secreto. Y ríe. Es el que pueblo en pendiente se erige dentro de la antigua cuenca.
A 90 años de la tragedia que provocó 186 muertes, las marcas de la vieja cota de la laguna permanecen impresas sobre la roca, en una suerte de cicatriz que los lugareños denominan "vereda".
La laguna tiene en la actualidad 21,5 kilómetros de largo por 10 de ancho. En esa suerte de olla, junto a las aguas, hay pequeños deltas donde pastan y se protegen tropillas de caballos salvajes, además de una nutrida variedad de aves. A ellos se suman, claro, los chivos que trepan obligados en arreos multitudinarios, en busca de las pasturas blandas.
"Por el medio del río, los gallos cantaban arriba de los álamos que el agua había arrancado", describe María Romero, de 91 años, guardiana de la memoria del pueblo de Barrancas. La anciana tenía un año cuando todo pasó.
"Quien nos contaba de la inundación era Avelina Canale, una abuelita que murió hace dos años, ella nos dijo de un hombre que se salvó agarrándose de un árbol" recuerda Marcelo González, una de las pocas personas capaz de llegar a Cochico y Coyuco durante los 365 días del año. Avelina se fue a los 104 años de edad, hace dos años.
Pedro Mora destaca que más que de las víctimas, en la zona se habló del hombre cuya misión era contralar la altura de la laguna.
"Se llamaba Becaría, se había ido de tragos a Mendoza, me parece que a Malargüe, volvió unos días después, vio lo que había pasado y de ahí se escapó para Chile. Nunca se volvió a saber de ese hombre que era el que tenía que medir con una vara", explica Pedro cambiando el gesto.
El periodista e historiador Francisco Juárez afirma que "sólo la primera Gran Guerra, que desangraría a Europa, iba a alcanzar una resonancia mayor que los sucesos del año 1915 en la cordillera patagónica".
Fueron más de 2.800 millones de metros cúbicos de agua los que siguieron el cauce del Barrancas y luego del Colorado borrando casas, huertas al incipiente pueblo de Barrancas, que fue relocalizado.
A cientos de kilómetros de Cochico, la gran avenida de agua, sedimentos, árboles y roca, se llevó por delante vías y trenes, y muchas otras vidas.
Hace unos años, aparecieron ollas y cacharros enterrados durante el aluvión. Entre las leyendas hay una que está probada. El padre Pedro Martinengo se salvó de ahogarse arrastrado por el Colorado, amarrado a un álamo providencial, algo así como un milagro de año nuevo. María Romero dice que toda su infancia escuchó las historias que se llevó el río. Se las contaba su mamá, que falleció en 1956.
"Mi padre había muerto un mes antes y ella no pudo llorarlo; se murió por eso, como lo quería mucho y no pudo llorarlo se le pudrió el corazón", explica María. Es que aquí en la cordillera, vida, memoria y muerte cabalgan sobre una misma nave, inocente y mágica.


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Publicado en Rio Negro el 2 de enero de 2005 por Rodolfo Chavez

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