El cofla de Catriel

Una bitácora de sueños, sentires y otras yerbas desde Catriel, "Puerta norte de la PATAGONIA ARGENTINA".

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29 mayo 2007

Aniversario y razones


Hay momentos precisos en nuestra vida que marcan nuestro destino para siempre. Nuestro casamiento, el nacimiento de los hijos, la llegada de los nietos…
Hace unos días, para ser más precisos, el 21 de mayo, fue una fecha muy especial para mí, pues ese día cumplí 34 años de patagónico.
Hace 34 años llegaba a la vieja estación de Plaza Huincul en Neuquén, con una valija con poca ropa, una pipa, y mucha incertidumbre.
Como cualquiera que se ha criado en la capital de la provincia de Buenos Aires, el interior era, a lo sumo, Mar del Plata y La Patagonia era un remoto rincón llamado Bariloche. Nada tenia que ver esa estepa árida que me recibía aquella fría mañana de mayo, con los paisajes “suizos” que veía en televisión.
¿Me habían engañado?; ¿Me había equivocado de tren? No. Tan solo era mi ignorancia.
Luego vinieron los tiempos de Rincón de los Sauces y al final Catriel…
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Tiempo atrás, conversando con un amigo de años, que no es muy afecto a Internet, me comentaba que había estado leyendo de a poco las breves descripciones que había puesto en este blog, sobre distintas cosas de la estepa patagónica y que el, a pesar de tener casi la misma cantidad de años de residencia en esta tierra nunca había observado o que cuando lo había hecho no le daba la relevancia que yo le daba. Allí vino la “pregunta del millón” ¿Por qué te gusta este lugar?...
En realidad no resulta nada sencillo responder. No por que no tenga razones, sino talvez, por que son muchas y desordenadas.

En los primeros años, solo soñaba con regresar a mi “patria chica”. Aquí era solo un “forastero”. Desconocía la idiosincrasia, el lenguaje, las costumbres, el trabajo, la historia. Con frecuencia me extraviaba en el campo para algarabía de quienes conocían este suelo como la palma de su mano.
Recuerdo las innumerables preguntas. Recuerdo los que me enseñaron a orientarme y a descubrir las primeras puertas hacia este nuevo mundo.
Me hablaban de otras épocas; me hablaban de “picaderos”, indios, pulperías.
Con el tiempo, andando medanos, peladeros, pedreros y monte encontré la primera punta de flecha. Era de obsiana negra y brillante y le faltaba un pequeño pedazo en uno de sus lados. Aun así, la forma era perfectamente reconocible. Aun recuerdo, como se agito mi respiración; de que manera se acelero mi corazón. Aun recuerdo la emoción que, como una descarga eléctrica, me recorrió al recogerla en mi mano. Sentí como si todos los silencios de todos los tiempos se despertaran en ese momento único e irrepetible. El viento, apenas susurraba entre las lejanas jarillas. Estaba solo yo y la historia de la gente de la tierra; estaba solo yo y el viento relatándome los sueños de aquel que a golpes de pedernal forjo esa lagrima negra mensajera de muerte o de vida.
Creo que en ese instante, esta tierra me envolvió en sus brazos; allí, justo en el centro de mi emoción, mis alma se abrio para comenzar a descubrir una a una las cientos de maravillas que dormían delante de mis ojos ciegos.

¿Por qué te gusta este lugar?...No se a ciencia cierta. Solo tengo la certeza de que me modelo; me hizo quien soy; me enseño secretos impensados y me causo penas inimaginadas. Me cambio la mirada, me enseño a escuchar en el silencio y a hablar con el susurro del viento del oeste. Me hizo estremecer en rojos, naranjas y amarillos en cada atardecer; en dorados en el otoño; en grises en los inviernos y en policromías primaverales.
Me enseño que nada es fácil y nada se regala. Pero también me enseño que el tesón se premia con frutos y con flores y con canto de pájaros en ramas verdes, sostenidas por raigones que lamen la humedad nocturna de los vientos.
Se puede florecer en el desierto; se puede crecer en la aridez;
La estepa patagónica, me barrió la soberbia para darme la dimensión justa del hombre frente a la inmensidad y el silencio.
Me enamore de esta tierra. Si. Simplemente me enamore y generalmente uno nunca sabe bien por que se enamora; solo se limita a sentir el amor; a sentirlo en los labios sucios de arena y en el alma llena de atardeceres.
¿Por qué me gusta este lugar?...no lo se…solo se que un día, me tomó de la mano y me mostró que toda la magia es posible, justo en el instante en que yo le prometía que, algún día, mis huesos serian parte de este suelo, serian arena y polvo, serian silbido y viento, espina de chañar, silencio de flores secas, esperanza, historia que nadie contara.
Foto: El Cofla

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21 mayo 2007

Recordando a Don Jaime de Nevares

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Don Jaime, como le gustaba que lo llamaran, siempre vinculó su misión eclesiástica con la lucha por la democracia y los derechos humanos.

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“Estoy pidiendo pista.” Ni siquiera en su lecho de muerte perdió su célebre sentido del humor. El 19 de mayo de 1995 dejaba este mundo el obispo Jaime de Nevares, “el monse”. O, como él prefería, simplemente “Don Jaime”.
Figura definitiva en la conformación de la memoria colectiva neuquina, De Nevares perdió hace doce años la batalla contra el cáncer. Sacerdote, luchador por los derechos humanos, voz de los que no la tenían, consejero, amigo y tanto más, se fue para quedarse para siempre.
Jaime Francisco de Nevares nació en el seno de una familia acomodada de Buenos Aires el 29 de enero de 1915. El llamado espiritual lo llevó a entrar en la Comunidad Salesiana, donde fue ordenado sacerdote en 1945. Llegó a la Patagonia en 1961, cuando el entonces papa Juan XXIII lo nombró obispo de la recién creada Diócesis de Neuquén. Oscar Ragni y su esposa Inés lo conocieron en ese entonces. “Nuestra relación con Don Jaime empezó porque su familia tenía vinculaciones con la de Inés. Recuerdo que era muy abierto, así que pronto había hecho infinidad de amistades”, rememora Oscar. “En ese entonces la ciudad no era lo que es hoy en día. En este barrio no había capilla, así que a veces él venía y oficiaba misa acá en casa.”
En 1969 se hizo patente su vocación de lucha, y no había dudas sobre el lado que Don Jaime había elegido. “Un momento de quiebre en su trabajo como obispo se da durante la huelga de obreros de El Chocón, que vivían y trabajaban en muy malas condiciones”, continúa Ragni. “El les dio un respaldo impresionante, negándose a subir al palco oficial durante los actos hasta que fueran atendidos los reclamos de los trabajadores.”También fue un pionero en involucrarse en la problemática aborigen local. Rubén Capitanio, párroco de Centenario recuerda que “fue uno de los primeros en ver que, en el norte de la provincia, los aborígenes y los criollos pobres estaban muy mal, y su lucha también pasó por ahí”.
Era un personaje que, pese a provenir de la clase alta, no dudaba un instante en arremangarse y trabajar codo a codo con los más pobres.
Inés de Ragni, integrante de Madres de Plaza de Mayo, afirma que “fue un hombre de una sensibilidad especial, un sacerdote que trascendió los límites del Evangelio y con eso marcó a toda la sociedad”. Esta vocación de servicio lo llevó a ir más allá de todos los límites. Como bien dice Oscar, “en la época de la dictadura se le plantó a los leones. De hecho, él fue el escudo protector que tuvimos en la zona, porque los militares tenían órdenes de no tocar al obispo. Una vez le avisaron que se habían llevado a un cura, y ahí nomás se fue, a las doce y pico de la noche, a patearles la puerta del Distrito. Y esto no es una manera de decir, eh: en esa época en la que casi nadie se animaba siquiera a hablar, él iba y les pateaba la puerta”.
De Nevares fue miembro fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), y también lo eligieron para representar a Neuquén en la Convención Nacional Constituyente para la reforma de la Carta Magna, en 1994. Sin embargo, renunció a este cargo cuando supo que la reforma no se trataría en detalle: en el Pacto de Olivos, los ex presidentes Alfonsín y Menem acordaron el ya famoso “Núcleo de coincidencias básicas”, un paquete que no se trataría artículo por artículo y que fue el que permitió, entre otras cosas, la reelección del riojano.
Más allá de la vocación de lucha del “monse”, “siempre le gustó estar cerca de la gente, y soñaba con una Iglesia que también lo estuviera”, evoca Capitanio. “Más que una Iglesia encerrada en grandes templos realizando ceremonias pomposas, él apuntaba a salir a celebrar la fe con los pobres.” Así fue que se negó a terminar la entonces inconclusa catedral neuquina “hasta que no se hubiera acabado con el hambre” en la región.
Muchas de las fotos de Don Jaime lo muestran prendido al mate. Era más que una bebida: era un símbolo. “Cuando él te mandaba a los barrios, no te decía andá a trabajar a tal lugar. Lo que te decía andá a tomar mate con esta gente. El sabía todo lo que significa el mate, que a diferencia del té no te lleva cinco minutos sino que implica disponer de tiempo para compartir. Al rato de estar tomando mate con la gente, ellos solos empezaban a contarte sus cosas”, continúa el cura de Centenario. “Fue un hombre muy preocupado por la realidad que vivía la sociedad, y no sólo desde la perspectiva religiosa. El no sentía como ajena ninguna necesidad humana. Esa solidaridad, esa mirada comunitaria, parecen muy raras hoy en día. Por eso ha sido reconocido en todos los sectores de la sociedad.”
Desde su investidura no buscó siervos para la Iglesia, sino que puso ésta al servicio de la gente. “Los que hemos visto la evolución de la Iglesia neuquina vemos un cambio notable. Desde la ostentación, se fue para arriba: tiene una catedral que ve desde lejos, con una gran torre y muchas cosas bonitas adentro”, opina Oscar. “Lo cual estaría muy bien, si no fuera porque desde lo espiritual, como institución que trabaja para la gente, ha caído mucho. Es decir: la Iglesia no es una institución de beneficencia, pero debe poner sus bienes a disposición de la comunidad.” Así lo entendió Don Jaime al crear el Club del Soldado.
Inés cuenta que “los conscriptos que salían de franco los fines de semana muchas veces no tenían dónde quedarse, y a veces él llegaba el domingo a dar misa y se encontraba con alguno durmiendo en la puerta de la iglesia. Entonces decidió crear en la casa parroquial un lugar en el que esos chicos podían pasar el fin de semana. Hasta poco antes de su muerte seguían visitándolo hombres que habían hecho la conscripción en Neuquén y había pasado por el Club del Soldado, para saludarlo y agradecerle”.Por su trabajo, a De Nevares le llegaban toneladas de correspondencia, y se tomaba muy en serio la obligación de responderla. Inés cuenta que “recibía una cantidad enorme de cartas de todo tipo: pidiendo, agradeciendo, consultando… y él contestaba todas y cada una de esas cartas a mano, porque no le gustaba escribir a máquina”.
Pero no sólo era un luchador incansable y un hombre ejemplar. Inés recuerda sonriendo los rasgos del hombre común. Por ejemplo, que al “monse” no sólo le encantaba tomar mate. “Era locura que tenía por la empanadas y el vino tinto. Cuando organizábamos alguna comida en casa, era muy común que compitiera con otro a ver quién comía más empanadas.” O la anécdota de sus trajinados borceguíes. “Usaba siempre unos botines de montaña que estaban muy rotos, tanto que las suelas estaban llenas de agujeros. Cuando le preguntamos por qué no los arreglaba, él nos contestaba que, aunque tuviera tiempo de llevarlos al zapatero, no podía dejárselos porque eran el único calzado que tenía.” Fue ese mismo par el que usó en su último viaje: se los puede ver en las fotos de su servicio fúnebre. Pese a toda la vestimenta ceremonial, caminó al otro mundo con sus borceguíes.Capitanio también rememora su permanente contacto con la gente común. “Recuerdo que una vez, en una reunión de obispos en La Plata, se le acercó a saludarlo una señora. En esa época se usaba saludar a un obispo arrodillándose y besándole el anillo. Cuando esta señora lo reconoce, se arrodilla, y cuál no sería su sorpresa cuando ve que él también se arrodilla para quedar a la misma altura de ella, y la saluda con un beso en la mejilla”.
Hasta que la salud se lo permitió, “el monse” siguió yendo a los barrios y contestando de puño y letras las cartas que le llegaban. Esta última etapa de su vida (y su particular visión) fue registrada en el documental Jaime de Nevares, último viaje (Marcelo Céspedes y Carmen Guarini, 1995), con textos de los directores y Osvaldo Bayer.
El 19 de mayo de 1995, Don Jaime finalmente “pidió pista”, como él mismo bromeaba acerca de su propia muerte. Es decir, que se le plantó hasta a la mismísima Parca.
“Dentro de lo que eran sus hermanos obispos era un bicho raro”, admite Capitanio. “Todo el mundo le reconocía su capacidad intelectual y su entrega como sacerdote, pero no todos compartían su visión”. Inés de Ragni agrega que Don Jaime “ha dejado marcas muy profundas en lo social, en lo religioso y en lo político. Donde pisaba Don Jaime florecía algo. Aunque no esté físicamente todavía sigue con nosotros.”

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Fuente: La mañana de Neuquen


Imagenes: El Cofla

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16 mayo 2007

Apartando telarañas

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Como bien diría mi amigo Néstor, uno escribe en su blog cuando tiene ganas, animo, y tiempo (aunque fundamentalmente cuando tiene algo para decir). A pesar de ello, uno se siente obligado hacia los otros, hacia esos invisibles amigos que nos han acompañado con su lectura, su visita, su comentario. Hay un tácito acuerdo con aquellos que nos leen y nos apoyan en seguir desovillando historias, sentimientos, opiniones.
Lamentablemente muchas veces las cosas no resultan como uno desea y surgen impedimentos de la más diversa índole que nos impiden anclarnos unos minutos en este espacio virtual. Cuando esto sucede uno tiende a dejarse llevar por esa inercia negativa y mas de una vez se descubre diciendo “…ma si…dejo el blog”, pero cuando estamos a punto de presionar la tecla que nos hará solo un recuerdo olvidable dentro de la red, sentimos que nos duele. Sentimos que este es un pedacito nuestro. Sentimos que si dejamos de publicar estamos abandonando a otros en el camino. Es como si huyéramos de nosotros mismos.
Por esto y ya superados todos los inconvenientes que nos sorprenden mas de una vez rompiendo nuestra cotidianeidad, abrimos las ventanas para ventilar, pasamos el plumero, sacamos las telarañas, metemos la inercia negativa en el cajón mas profundo de nuestra bodega y nos largamos nuevamente al camino de las palabras, las imágenes, los sentimientos, las alegrías y las broncas.
Para este re inicio de contacto he elegido dejarles algunas fotos de este nuevo y maravilloso “Otoño Patagónico”. No diré nada sobre el, ni de las hojitas que vuelan, ni de los pajaritos que tienen frío. Solo les dejo estas imágenes a modo de agradecimiento a todos los que siguieron visitando esta pobre página a pesar de su desactualizacion y a aquellos que con su preocupación se acercaron hasta mi correo.
Para todos ustedes: Muchas Gracias.
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Otoño 1
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Otoño 2
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Otoño 3
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Otoño 4
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Otoño 6
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Otoño 7
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Otoño 8
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Abstraccion Otoñal
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Contraluz



Imagenes: El Cofla





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